Escrito por Eduardo M Romano el 28 agosto, 2022
Decía que esas escenas incomprensiblemente dolorosas
se le habían instalado desde pequeña.
Y que de allí en adelante
las sintió siempre a flor de piel.
Demasiado cercanas y al acecho
para emprender sus certeros embates y retornos
toda vez que pudieran.
Para sobrevivir
tuvo que arreglárselas en soledad y como pudo.
Lo reprimido arremetía una y otra vez desde adentro,
convocando escenas propias
que animaban goces y fantasmas.
Con el correr del tiempo, sucedieron ciertos arreglos eficaces
y del todo ignorados.
Entre ellos, se le fue instalando un Otro fuerte y supremo.
Personaje inalcanzable y al mismo tiempo cotidiano,
frente a quien se le imponía el mandato
de pedirle permisos y rendirle cuentas.
A su pesar, me decía, no podía dejar de hacerlo.
Personaje voraz y vigía exigente
que se le inmiscuía en todo lo cotidiano.
Tan desmesurado en sus pretensiones
como decepcionante en cuanto a sus reconocimientos.
En los hechos, la mayor parte de su pensar, hacer y decir
se encontraban ya modelados
por esta inexorable mecánica .
Vivía atormentada por la convicción de que buena parte
de lo propio y entrañable
se le había vuelto extrañamente ajeno y distante.
Como dejándola demasiado expuesta
a una dolorosa intemperie.
Una intemperie sostenida y alentada
tanto por la historia como por unas,
por ahora,
insabidas complicidades con otros.
Deja una respuesta