Escrito por Eduardo M Romano el 25 noviembre, 2019
El enigma estaba claro.
Y hubiera podido ser la ocasión
para sostener por un tiempo ,
la pregunta, precisa y oportuna.
Siempre me parece que es un buen comienzo, eso de darle tiempo
y mostrarle un poco más de respeto al enigma.
El problema consistía
en que le resultaba imposible tolerar
hasta la más pequeña de las incógnitas.
A poco de andar,
ya se desesperaba por agarrar fuerte de la mano a la pronta respuesta…
… salida no se sabe bien cómo, por qué, ni de dónde.
Pero con la fuerza suficiente
como para terminar la exploración
y volver anodina a la búsqueda.
El encuentro con lo incierto,
desencadenaba la ansiedad intolerable.
Así se aferraba a lo primero que le viniera a la cabeza,
aunque visto desde afuera,
poco y nada tuviera que ver con el asunto.
Eran instantes de asedio y de premura,
en los que se agarraba con uñas y dientes
a eso que sentía como una tabla salvadora.
una especie de luz en medio de la sombra.
O un salvavidas repentino en medio del naufragio.
Pero resulta que ni tabla, ni luz , ni salvavidas.
Porque todo llevaba a algo muy distinto
a pisar en terreno firme .
De tropiezo,en tropiezo,
no hacía otra cosa que volver al punto de partida.
Pero ahora exhausto , marcado por la desazón y golpeado por el desencanto.
Es que , a fin de cuentas, había caído otra vez, en lo mismo.
Una certeza ilusoria sacada de apuro
Cuyo destino no era otro,
que una nueva caída.
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