Escrito por Eduardo M Romano el 26 agosto, 2018
No había amado a ninguna mujer
de ese modo.
Y estaba seguro, me dijo, que no volvería a hacerlo.
Su pérdida le había arrancado algo
de lo más entrañable y profundo.
Claro que a palabras tales como tristeza,nostalgia,
herida o recuerdos dolientes,
directamente las había borrado,
por insípidas, inútiles e impropias.
Es que le dolía todo.
Sobre todo cuando se sentía arrastrado
de un lado a otro
por los titubeos
que mezclaban implacables,
los adentro con los afuera.
Los cómo, los por qué , los cuándo y los dónde.
Ni qué decir de las escenas interrumpidas,
de las voces obligadas a guardar silencio,
y de los sentimientos condenados
a la crueldad de deambular
sin destino .
Congoja de ignorar en qué ocasión,
ésto o aquéllo otro,
que siempre había dado como propio
ahora le entraba la duda
si no sería ajeno.
Es que nada parecía importar
en esa melancolía
que se le había instalado a sus anchas.
Derramando sus veinte sombras,
sin haber siquiera llamado a la puerta.
«…El objeto tal vez no esté realmente muerto, pero se perdió cono objeto de amor…no atinamos a discernir con precisión lo que se perdió..sabe a quién perdió,pero no lo que perdió en él…» (S.Freud «Duelo y melancolía » O.C.).
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