Escrito por Eduardo M Romano el 30 mayo, 2021
Empeñoso cultor de las rutinas,
visto desde afuera daba la impresión
de ser una persona ´por demás sólida y consistente.
Claro que con el tiempo,
y visto más de cerca,
resultó que estas supuestas solidez y consistencia
tenían más que ver
con su identificacion con una especie de estatua imperativa,
guardiana de furiosos apegos y goces tempranos.
Absorbido por prácticas monocordes
había quedado adherido a un semblante
surcado por la monotonía
de lo mismo.
Una compleja trama inconsciente y reprimida
había hecho lo suyo, y no cesaba de entrometerse, a su modo,
en cada rincón , escena y detalle de su vida.
Para dejarlo, absolutamente huérfano de todo empuje deseante.
El singular, el único capaz de abrir el camino
para esa clase de apuestas necesarias
que nos surgen , imprevistas, de tanto en tanto.
Sin garantía
ni boleto de vuelta.
Apuestas por las que de pronto y sin tener en claro el por qué,
consentimos lo incierto.
Para hacer que eso que falta
deje de ser un límite infranqueable.
Para que a tientas y aún rodeados por murmullos y zozobras,
podamos renovar lo más propio , lo singular, lo nuestro.
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