Escrito por Eduardo M Romano el 14 marzo, 2014
Existen personas que son como artesanas
en el oficio de apropiarse de casi todas las palabras,
e impedir que el otro diga algo.
Producen una especie de catarsis , en la que todo
va como de corrido y casi sin ninguna pausa.
Pueden llegar a decir mucho acerca de los detalles
más insignificantes y los asuntos del todo minúsculos…
..con el aire de que están haciendo magníficas revelaciones
y enunciando siempre grandes cosas.
Pueden poner el acento en cada borde y el énfasis
en este o eso otro pormenor o detalle…la claridad y coherencia,
están garantizadas, parecen dar a entender todo el tiempo,
siempre y cuando las enuncien nada más que ellos.
Cuando empiezan su monólogo, nadie sabe a ciencia cierta
adónde va a culminar la cosa
ni en qué momento puede venir el alivio de la interrupción o del corte.
No se trata solamente de esa forma de hablar ,
redundante, llena de adornos y que se va por las ramas,
que ya bien todos conocemos.
Esa que parece que gira una y otra vez sobre lo mismo,sin
que pueda llegar uno a captar qué cosa quieren decir en el fondo,
todo ese derroche de palabras y de lengua.
El asunto es que “conversar” con estas personas,
en la vida común y corriente, no sólo exige mucha
paciencia y mesura, sino además
tener que enfrentarse con el hecho de que sólo
de vez en cuando, y con un poco de suerte,
va a poder, quizás, introducir uno,
algún punto de vista, idea o modo de ver l
acerca de algo.
Lo peor del asunto es que la incomodidad que
uno va sintiendo se va haciendo cada vez más
creciente…y uno apenas si puede disimular
las ganas de salir corriendo… verborrágicos imparables,
usuarios desenfrenados de todo
aquello que tenga aspecto de palabra y pueda decirse..
…dan a entender ,de una y mil formas,
que ése ,
con el que supuestamente están charlando..
está como de más
y sobrando…
..porque aunque no lo digan abiertamente,
uno se da cuenta que les alcanza y les sobra
con decir y escucharse a sí mismos.
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