Escrito por Eduardo M Romano el 31 enero, 2020
Uno terminaba de hablar con él
y se repetía ese peculiar sentimiento
de agobio y de cansancio.
Sin saber con precisión,
a qué cosa adjudicarlo,
a uno lo dominaba
una mezcla de ahogo y asfixia.
Al final,
y con un poco de suerte,caía en cuenta
de que todo se había tratado
de un simulacro.
Un diálogo pretendido
que a decir verdad,
en ningún momento se había dado.
Algo más bien aferrado con una mano a lo banal
y con la otra, a lo consabido.
Porque desde un comienzo,
ya todo había concluido. Lo del medio había estado de más y ni valía la pena contarlo.
El final
era lo mismo,
que el principio.
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