Escrito por Eduardo M Romano el 14 abril, 2019
Supo de alguna forma
que había llegado el momento propicio
y que el lugar y ante quien estaba,
eran precisamente los que hacían falta.
Aunque, como era habitual en él, mantenía sus reservas,
con respecto a si acaso serían los mejores, los exactos
o los más adecuados.
Hecha las salvedades del caso,
y sin despojarse del todo de la vacilación
ni de la duda,
trató de poner en palabras el dolor incomprensible.
Y los complicados laberintos por los que lo venían arrastrando
la amenaza, el cabildeo continuo y la desdicha.
Los que le despertaban
sin darle tregua,
estos pensamientos disparatados
y esas ideas banales que tendrían que serle
tan indiferentes como a todo el mundo.
Habría que añadir aquella otras acciones ridículas,
que se sentía obligado a repetir,
y que lo llenaban de angustia si intentaba omitirlas.
«Son floreos ceremoniales…No piensen que podrían lograr algo con el enfermo exhortándolo a distraerse,
a no ocuparse de esos estúpidos pensamientos, a hacer algo racional con esos jugueteos..Bien lo querría él…sólo que no puede
hacer otra cosa…desplazar, permutar, poner en lugar de una idea, otra, avanzando desde una prohibición a otra…»
(S.Freud , «Conferencias de introducción al Psicoanálisis» O.C.)
Deja una respuesta