Escrito por Eduardo M Romano el 1 marzo, 2018
En aquellos tiempos
comenzó a delinearse
la extraña frontera,
en la que por un lado, se sabe
y por el otro se ignora.
Quiero decir, se sabe ciertas cosas que a uno le pasan.
Pensamientos, imágenes, afectos
que no se duda ni siquiera un instante en reconocerlos
como propios.
Lo cual no significa que se los ande proclamando a los cuatro vientos
para que también los sepa todo el mundo.
En verdad, de cuatro veces, lo más seguro es que tres,
estas cosas que les digo,
queden dentro y a buen resguardo.
Pero el problema se impone desde el otro lado.
Ambiguo, desconocido e inquietante.
Que insiste, se repite y llama una y otra vez a nuestra puerta,
disfrazado de cien formas y veinte caras.
Es capaz de desencadenar esta angustia que ahoga,
ese dolor inexplicable en algún lugar del cuerpo,
o bien aquel pensamiento,
fuera de lugar y carente de lógica.
A veces verosímil, otras decididamente ridículo.
Lo insabido propio.
Esa «tierra extranjera » dentro nuestro,
«…Yo había corrobrorado que los recuerdos olvidados no estaban perdidos. Se encontraban en posesión del enfermo y prontos a aflorar en asociación con lo todavía sabido por él. Pero alguna fuerza les impedía devenir concientes y los constreñía a permanecer inconscientes. » (S.Freud. » Cinco conferencias de introducción sobre Psicoanálisis » O.C.).
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