Escrito por Eduardo M Romano el 15 septiembre, 2020
Despertamos, como después de tantas noches.
Mucho de lo recién soñado,
aún nos parece tan cercano, tan fresco y tan propio.
Muchos de sus fragmentos,
siguen vibrando en Nosotros.
Son escenas dispersas
que se nos imponen.
Inefables. Imperativas. Nocturnas.
Dibujando un vértigo propio.
Escenas que provienen de lo íntimo,
porque en ellas reconocemos
muchas cosas que hemos vivido,
lugares por los que ya transitamos,
personajes que nos resultan tan familiares
y otros que nos parecen
absolutamente extraños.
Sueños cuyo origen
somos nosotros,
y de los que sin embargo,
algo se impone,
y nos hace dudar
acerca de que seamos sus indudables autores
o sus únicos dueños.
Porque a cada uno de nuestros sueños
los atraviesan tiempos distintos.
Habitan además, espacios superpuestos.
Y lejos de evocar un sólo sentido,
están atravesados por muchos otros.
Y aún a la propia voz
se la escucha lejana.
Casi como perdida
entre los ecos y la polifonía
de tantas otras.
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