Escrito por Eduardo M Romano el 29 mayo, 2014
La forma que tenía de narrar sus pequeñas historias
era llena de colorido, frontal y contundente.
Tanto , que no podía menos que conmoverlo a uno.
Porque era muy preciso cuando se trataba
de describir las superficies, los bordes,
las texturas y los anversos…tanto éstos de las personas,
como esos otros que correspondían a las variadas
circunstancias y asuntos mundanos.
Tenía por costumbre, tomarse su tiempo,
para pensar y decir lo suyo…respetando las
sutiles intensidades, alturas y acentuaciones.
Y esto se le notaba tanto en aquello que era importante,
como en eso otro incidental o provisorio.
Sus modos de decirlas a las cosas,
tenían una impronta característica,
de intensa presencia.
y no era simplemente que uno pudiera llegar a
sentir el eco de algo a partir de lo cual ,
vaya a saber por qué ,uno pudo haberse sentido tocado..
…tal vez por esa frase precisa o esta palabra que
resultó tan eficaz como oportuna…lo suficiente como para tocar
algún detalle íntimo…o remover algún rinconcito propio..
Se trataba de algo más que eso.
Porque desde que abría la boca
para tomar la palabra,
todos los que estaban cerca o al lado,
no podían dejar de sentir
que todo lo que iba narrando,
uno lo estaba viviendo
involucrado y adentro…
..y no parando la oreja distraído y por afuera.
Créanme que cada una de las escenas que
contaba,
eran como pequeños mundos que duraban
un rato…
…con una multitud de hechos, circunstancias, tramas y protagonistas…acciones, nudos, principios y consecuencias…
..temas de lo más trascendentes mezclados con otros que eran
del todo anecdóticos…encuentros repentinos, voces inequívocas
y también de las otras ;
ésas que con un poco de suerte podían aspirar a
formar parte del murmullo…
…A esos pequeños mundos entrañables,
él sabía cómo decirlos,
límpidos y sobrios…sin afectación pero llenos de brillo…
..que iban cobrando vida propia ,
a medida que cada quien.
les iba intercalando las propias pausas, lagunas,
tachaduras y resonancias.
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