Escrito por Eduardo M Romano el 21 julio, 2017
Tenía la sensación de que su participación
en aquellas escenas,
era , al comienzo, casi contemplativa.
Porque estaban hechas de asuntos disímiles
que iban y venían a su antojo,
de un lado para otro.
Como si respondieran a unos motivos llenos de enigmas
y a propósitos que apenas
si uno podía entreverlos.
Estaban dichos a medias,
y se imponían como para ser escuchados
en la urgencia misma de los bordes,
y en esos intervalos minúsculos,
tan parecidos a la fugacidad
de un abrir y cerrar de ojos.
A algunas de estas escenas,
bien podía antojárseles,
de pronto,
subrayar sus improntas
y acelerar de tal modo sus ritmos,
que resultaba poco menos que imposible
seguirlas sin perderles el rastro.
Pero también me decía
acerca de otras imágenes nítidas
y muy distintas.
Que estaban anudadas a ciertos sentidos
que pretendían hacerse pasar como ajenos,
como quien no quiere la cosa.
Bueno. Créanme que precisamente
de ajenos, ella sentía que no tenían nada.
Porque la llenaban de angustia.
Como si le rondaban algo íntimo
hasta dar justito,
en el blanco.
Entonces le resultaba imposible
mirar para otro lado
y desconocer que se emparentaban con algo propio.
Claro que sin que pudiera acertar a simple vista,
los por qué, los cómo, los cuándo ni los dónde.
Ya fuera que apelara a los sentidos consabidos por todo el mundo
o a las ingenuas
tablas de doble entrada que tienen explicación para todo
según el esforzado empirista.
De modo que algo incierto e inconsciente habría de andar rondando entremedio.
«…Parece que la neurosis no deja a las pulsiones reprimidas
otra dignidad que la de brindar los pretextos para la angustia
dentro de la conciencia »
(S.Freud. «Análisis de la fobia de un niño de cinco años » O.C.)
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