Escrito por Eduardo M Romano el 8 diciembre, 2019
Tenía una forma peculiar
de decir las cosas.
No iba derecho al asunto,
sino manejando como pocos,
el oficio de dar vueltas
para dar inesperadamente ,
en el blanco,
pescando completamente desprevenido
a quien tuviera adelante y ante la mirada de otros.
Resultaba imposible verlo venir,
o tomar en cuenta
alguna clase de indicio,
para anticipar por dónde podría venir la cosa.
Porque aludía, dejaba ciertas frases a medias,
o dejaba una que otra palabra flotando en el aire,
como si no tuviera la menor relevancia.
De este modo, a hurtadillas y escondidos,
ciertos sentidos se iban desplazando,
de un lado para otro.
Por aquí,por allí,para este costado.
Llegando hasta el borde,
con una pie asomado afuera,
o enfilando de repente,
hacia el lugar menos pensado.
Hábil artesano de la palabra,
dominaba como pocos
cada uno de sus giros y sus movimientos.
A tal punto que cuando uno se sentía aludido,
ya era tarde para reaccionar a y murmurar algo apropiado.
La mayor parte de las veces
se trataba de un asunto introducido como trivial y pasajero.
De esos que llevan el sello de lo efímero.
Pero en el que cuidadosamente y con sigilo,
resplandecía cierto detalle
que hábilmente se encargaba de enfatizar,
como al descuido,
ya fuera apelando al tono , al gesto o la mirada.
En ese instante preciso,
como una hábil estocada,
un secreto compartido,
e imposible de ser dicho
delante de otros,
era levemente rozado.
Lo justo y suficiente para perturbar
sin decirlo del todo.
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