Escrito por Eduardo M Romano el 30 septiembre, 2023
Cuando la angustia arremetía,
el cuerpo se le volvía tumulto,
el tiempo se aceleraba
hasta hacerse sofocante.
Sentía que algo insabido
se apoderaba de ella sin remedio.
Entonces una inquietud sin nombre
y ajena a la palabra,
hacía imposible la huída
y congelaba por un tiempo que parecía eterno,
su mirada.
Las fronteras se volvía inestables
y hasta parecía claudicar el nombre propio.
A veces se trataba de una nada
de la que le resultaba imposible sustraerse.
En otras ocasiones,
la acometía un cúmulo cifrado de escenas en fragmento
que habían alterado su sintaxis
e intercambiado sus acentos.
Instalando, como al descuido,
cien máscaras
y veinte enigmas
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