Escrito por Eduardo M Romano el 10 marzo, 2017
Estaba de lo más convencido.
A tal punto que no ahorraba palabras, detalles,
pormenores y esas frases llenas de contundecia
que se usan
cuando se hace preciso,
acentuar algún asunto.
La idea era más o menos ésta :
nunca decidía por sí mismo el relieve,
la forma, el contenido ni el rumbo
de alguna cosa que pudiera parecerse
a una idea, entusiasmo o proyecto propio.
Ni qué decirles acerca de las inercias
a las que se sentía aferrado por los cuatro costados,
para terminar en esa sensación, tan suya,
de andar por aquí y por allá.
A la deriva. Sin ton ni son, por el mundo.
Créanme que , llegados a este punto,
resultaba
de lo más complicado
encontrar una pista, hallar un rastro
o toparse con alguna clase de indicio,
de ese empuje singular
que nos hace sentir
que las cosas valen la pena
y las puede rozar el nombre propio.
Es que una mezcla de mandatos,
uno más tenebroso que el otro,
se había encargado
de desmantelar buena parte de sus memorias.
Me refiero a las más entrañables. Las que importan.
Junto a ellas claudicaron
apegos , caricias, amores y semblantes,
que ya no pudieron encender nuevas historias…
…En este ahora que sentía banal,
entre neutro y anodino.
Igualito al que lo esperaba renovado,
en cada esquina.
Deja una respuesta