Escrito por Eduardo M Romano el 2 octubre, 2015
Para quienes lo conocían,
resultaba evidente,
que se trataba de una persona
incapaz de hacerle mal a nadie.
En él sencillamente
parecía
no haber lugar alguno
para la transgresión a la norma
ni el comportamiento impropio.
Vivía en una zona intermedia.
Poniendo cuidado en mantener
la más estricta equidistancia
con respecto a cada borde.
Jamás se le cruzaba por la cabeza
expresar disconformidad
o contradecir de algún modo
a la persona que tenía enfrente.
De hecho, se sentía muy cómodo
viviendo su vida
en completa sintonía
con lo neutro, lo común y lo corriente.
Si uno miraba en retrospectiva
lo más seguro era que se le apareciera
una colección ininterrumpida
de interacciones simétricas,
sentimientos equivalentes
y pensamientos recíprocos.
Por eso resultaba incomprensible
esa inquietud extraña,
desprovista de verbos y de nombres propios,
que no dejaba de visitarlo
y abrumarlo
por dentro.
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