Escrito por Eduardo M Romano el 18 mayo, 2017
Decía que no era mucho lo que se le ocurría para decirme.
Sólo unos fragmentos de escenas rígidas y estrictas.
Que tenían en común,
la amenaza, el mandato y la urgencia.
Y que se le aparecían en forma caprichosa,
sin respetar lugares, secuencias ni cortesías.
Ella se daba perfecta cuenta,
de que esos mandatos venidos de adentro,
no tenían, ni por asomo,
fundamento, explicación ni coherencia ninguna.
Surgían como de la nada,
(como si anduvieran siempre al acecho),
cuando les viniera en gana.
Premoniciones, amenazas y augurios tenebrosos.
Entreverados y dispersos.
Capaces de hacer que cobraran vida interna ,
ecos, semblantes, y deleites,
que parecían dominar una lengua primera.
A un tiempo, familiar y extraña,
que hacían encender sagas llenas de intrigas,
que marcaban bien clarito
qué ideas podían pensarse,
y cuáles otras más le valía dejar de lado
y sepultar en silencio.
Eran premisas estrafalarias y pensamientos de los más caprichosos.
que dictaminaban a qué lugares podía ir
y en cuáles otros no había que poner un pie siquiera.
O bien con qué cosas cotidianas
no tenía que entrar en contacto
y cuáles otros asuntos,
más le valía ni evocarlos
Ni que hablar del conjunto creciente de pensamientos
que le estaban estrictamente prohibidos,
porque la llevaban derechito
a su conocido martirio interno.
La sola idea de no seguir al pie de la letra
o transgredir , aunque sólo fuera un poco,
algo de todo esto,
encendía sus remolinos de angustia.
Y la hacían sentir,
cada vez más cerca,
del temido descalabro .
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